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Jorge Alberto Gudiño Hernández

05/03/2022 - 12:05 am

Espejismos fisonómicos

"Todos mis alumnos de este semestre son alumnos nuevos (al menos para mí). Es decir, sólo los conocía a través del velo sanitario. Y sus caras enteras no corresponden con lo que mi mente había imaginado. Cada que un alumno se quita el barbijo mi desconcierto se dispara. En verdad: no coinciden las imágenes".

"Hasta me sumé a la broma de lo ridículo que resulta un antifaz para proteger la identidad de un superhéroe toda vez que cubre una porción menor del rostro que un barbijo". Foto: Andrew Medichini, AP

Siempre he sido un mal fisonomista. Basta con que alguien, con quien he tenido un contacto cotidiano sin llegar a la amistad, se me aparezca en un contexto diferente al habitual para que me dé trabajo reconocerlo. Eso, sobra decirlo, ha ocasionado incomodidades de todo tipo. Si se le suma mi carácter extrovertido, hay quien se ha ofendido (y con razón) porque no le he saludado al pasar o porque, habiéndolo hecho, se me ha notado el desconcierto al ser incapaz de conferirle una identidad clara.

Con la pandemia llegó la época de la virtualidad. Di varios semestres sentado en mi escritorio, a través de videoconferencias. Les vi la cara a mis alumnos (cuando tenían encendidas sus cámaras) mientras leía sus nombres en la pantalla. Eso, en realidad, facilitó el recuerdo de sus nombres.

Hace unos meses mis hijos volvieron a clases presenciales. Temí que, al llevarlos o recogerlos, sucedieran varios episodios de mis bochornosos olvidos fisonómicos. Más cuando, para abonar a mi desmemoria facial, tendría que lidiar con caras cubiertas. Para mi sorpresa (aunque no fui del todo consciente en ese momento), no me dio trabajo reconocer a los padres de los compañeros de mis hijos, a sus maestros e, incluso (aunque esto sí fue un poco más difícil debido a que a esas edades se experimentan muchos cambios) a los otros niños. Hasta me sumé a la broma de lo ridículo que resulta un antifaz para proteger la identidad de un superhéroe toda vez que cubre una porción menor del rostro que un barbijo.

Este semestre volví a clases presenciales. Una de las condiciones de la universidad es que tuviéramos bien puesto el cubrebocas en los espacios públicos y, sobre todo, durante las clases. Algo que se cumplió a cabalidad durante las primeras semanas. Después, las medidas se han ido relajando. Es común ver a alumnos en las zonas al aire libre sin el pedazo de tela sobre su cara. Tienen razón, sabemos que las posibilidades de contagio se reducen en el exterior.

El relajamiento continuó. Ahora tengo varios alumnos que toman agua en clase. Llevan termos o botellas y beben con la fruición propia de los deshidratados. Eso sí, a tragos pequeños para garantizar que el líquido les dure toda la clase dado que es el pretexto ideal para no tener puesta la mascarilla todo el tiempo. No hablaré aquí de sus motivaciones o la forma en que equilibran su temor con su idea de libertad.

Hablaré, en cambio, de la sorpresa que me provocó el primer cubrebocas bajado. Todos mis alumnos de este semestre son alumnos nuevos (al menos para mí). Es decir, sólo los conocía a través del velo sanitario. Y sus caras enteras no corresponden con lo que mi mente había imaginado. Cada que un alumno se quita el barbijo mi desconcierto se dispara. En verdad: no coinciden las imágenes.

Supongo que el cerebro se ocupa de completar las imágenes incompletas; de armar, de la forma que considera más pertinente, el rompecabezas en la oscuridad. Es un proceso mental que sucede en muchos grados cotidianamente. El problema, quizá, es que no era algo que solía hacer antes de la pandemia. O, tal vez, el problema sea sólo mío toda vez que tengo un defecto que me impide la concreción adecuada de un rostro y de ahí se desprende el que yo sea un mal fisonimista. Voy a comenzar a preguntar al respecto. Sin embargo, de no ser sólo yo, entonces sería recomendable cambiar el antifaz de los superhéroes por una mascarilla. Eso garantizará que no se les pueda reconocer del todo cuando se la quiten. Claro, siempre y cuando, no se les conozca previamente. De lo contrario, su identidad seguirá en riesgo.

Por cierto, quienes me han leído, saben bien que vivo en la paranoia pandémica. Así que no bebo nada durante mis clases. Sería maravilloso saber cómo es que mis alumnos —los que nunca me han visto— imaginan el resto de mi cara.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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